La distinción entre idioma y dialecto es uno de los debates más antiguos y complejos en el campo de la lingüística. Aunque a menudo usamos estos términos de manera intercambiable en el habla cotidiana, existe una línea difusa que separa a un idioma de un dialecto. A lo largo de los siglos, diversas definiciones y enfoques han intentado dar claridad a esta distinción, pero la respuesta sigue siendo ambigua debido a factores políticos, sociales y culturales.
Desde una perspectiva lingüística estricta, la diferencia entre un idioma y un dialecto suele radicar en criterios estructurales, como la pronunciación, el vocabulario y la gramática. Dos formas de habla que comparten una base común pero presentan variaciones son generalmente consideradas dialectos de un mismo idioma. Por ejemplo, el español hablado en España y el que se habla en América Latina puede tener diferencias significativas en pronunciación y vocabulario, pero ambos pertenecen al mismo idioma, el español. En este caso, lo que distingue a un dialecto de otro no es una brecha de inteligibilidad absoluta, sino una serie de características regionales o locales que permiten que los hablantes se entiendan sin grandes dificultades.
Sin embargo, en términos más prácticos, la diferencia entre idioma y dialecto no es solo una cuestión de lingüística pura, sino que se ve influenciada por factores sociopolíticos. Un refrán popular que resume esta idea es el famoso dicho de «Un idioma es un dialecto con un ejército y una marina». Esta expresión subraya cómo las decisiones políticas, y no únicamente las características lingüísticas, juegan un papel crucial en la clasificación de una lengua. Por ejemplo, el catalán, el gallego o el vasco son lenguas oficiales en España, a pesar de que desde el punto de vista lingüístico pueden compartir similitudes con otras lenguas vecinas. Su estatus como idiomas en lugar de dialectos tiene mucho que ver con factores históricos y socioculturales, además de sus características lingüísticas propias.
El concepto de «dialecto» también puede ser ambiguo porque a menudo se usa de manera peyorativa. Llamar a una lengua «dialecto» puede tener connotaciones de inferioridad, sugiriendo que no tiene la misma legitimidad o prestigio que un «idioma». En algunos casos, este uso refleja actitudes discriminatorias hacia ciertas lenguas habladas por grupos minoritarios o por comunidades que han sido históricamente marginadas.
La cuestión de si un dialecto puede convertirse en un idioma por derecho propio también ha sido objeto de debate. El caso del serbocroata es un ejemplo claro de cómo, tras la disolución de Yugoslavia, lo que antes se consideraba un único idioma se fragmentó en varios idiomas (serbio, croata, bosnio, montenegrino). Estos idiomas, aunque compartían una base común, fueron elevados al estatus de lenguas nacionales debido a factores políticos y culturales.
La distinción también puede depender de la perspectiva desde la cual se observe la lengua. Para los hablantes, un dialecto es simplemente una variante regional de un idioma, pero para los lingüistas, la diferencia entre un idioma y un dialecto puede ser más fluida. En ocasiones, los dialectos pueden desarrollarse de tal manera que con el tiempo se convierten en lenguas independientes. Este proceso se da, por ejemplo, cuando una comunidad lingüística se aísla por razones geográficas, culturales o políticas, desarrollando su propia identidad lingüística.